Proyectar un edificio donde se vivirá una dura despedida o un reencuentro con la caducidad de nuestra existencia conlleva una reflexión que debe ser incorporada en el proceso proyectual. En un lugar cuyo acontecimiento está repleto de emociones, la intervención tiene que trabajar lo sensitivo. La luz es el componente que articula todos los espacios mediante patios interiores y una fachada exterior acristalada estratégicamente. La celosía que envuelve al edificio funciona como un catalizador entre el entorno urbano y el interior. Las piezas cerámicas que la componen son capaces de disipar el calor de las altas temperaturas de la zona. Los grandes huecos relacionan el proyecto con lo urbano, permitiendo generar espacios interiores de luces y sombras que contribuyen a crear la atmosfera de intimidad y recogimiento. A través del mecanismo de retranqueo y ligero hundimiento de la planta baja, el edifico, dotado de una potente imagen prismática simple, se despega del suelo y permite la relación del entorno urbano más próximo. De esta forma, el espacio público y el privado conviven a través de zonas verdes.